La novela está ambientada en la época post colonial, en la ciudad Colombiana de Cartagena. Sierva María, una niña de doce años, de interminable cabellera, hija de marqués, es mordida por un perro rabioso en el tobillo, el día de su cumpleaños, cuando paseaba por el mercado acompañada de su sirvienta. Aconsejado por el obispo, su padre la lleva a un convento de clarisas, donde es encarcelada, ya que se piensa que está poseída por el diablo.
Será el propio obispo quien envié a Cayetano Delaura, su lector privado, al convento para que realicé los exorcismos necesarios que liberen a la niña de su presunta posesión.
Joseph B. Macgregor
La novela me enganchó desde las primeras páginas, pero no tanto por lo que cuenta – que también – sino sobre todo por cómo me lo cuenta. Ignoro si todo sucedió de esa manera realmente, pero da lo mismo: la historia me la creo, me resulta veraz y plausible. García Márquez me convence con una narración con “carne”, que trasmite sensaciones y que nunca deja indiferente.
“El amor y otros demonios” es una trágica historia de amor fou, la crónica de una pasión que va mucho más allá de la realidad, de las normas sociales, de lo políticamente correcto y que se acerca más a lo surreal, a lo mágico, a lo anárquico... Una explosión final de rebeldía, con mucho de desahogo, de liberación de (re)presiones, expuesta de modo sobrecogedor. Por eso, el episodio en el cual los dos amantes comparten sus sentimientos más íntimos en la celda me resultó de una ternura conmovedora; demuestra también la enorme sensibilidad que ha tenido siempre García Márquez como narrador, autor genial que pocas veces decepciona.
La soledad es, sin duda, el espíritu que vertebra esta narración de García Márquez de modo casi absoluto. El autor crea toda una gama de soledades personales, unas queridas y deseadas como la del doctor, otras angustiosamente inútiles como la del padre de Sierva María y algunas otras, primitivas y atávicas como la de la compañera de penurias de la niña. Soledades grandes, intelectuales,religiosas, deficientes, enfermas.
Un hogar, si se le puede llamar así, con un padre indolente vagando por las estancias donde su propia esposa se encuentra recluida y desesperada; o la grandiosa soledad del obispo, alejado de su tierra materna en un país bárbaro; o la de la celda, más obvia, pero no por ello menos terrible, de Sierva María.
Y en todo este entorno angustioso y a la vez exuberante, que propone García Márquez, sólo la relación prohibida parece lo único salvable. El juego que esta relación posee viene determinado por las propias características de confrontación de los personajes y lo que representan, la pasión salvaje y la razón científica, la desaforada visceralidad afro-americana contra los designios romanos de la cristiandad.
Estas visiones contrapuestas que se mueven en distintos niveles de comunicación y que, por tanto, parecen destinadas a no encontrarse jamás, son llevadas al terreno común de las circunstancias adversas, especialmente aquéllas referentes a la condenación. La de Sierva María es la condenación física de la reclusión de un animal que, a la vez, tiene mucho de santa; y la del padre Delaura, es la condenación del pecado y tiene a su vez una connotación de condenación física. En estas circunstancias sucede lo imposible, y el exorcista termina amando lo que aparentemente lleva combatiendo toda su vida, entrando en comunión carnal con un ser que ya está condenado de antemano en su iglesia.
La unión pasa de lo terreno a la comunión espiritual. Se produce un juego de consecuencias imprevisibles y aunque sea por unos momentos, existe una auténtica comunión entre las dos almas, el único momento en todo el relato en el que el hombre no se percibe como un ser terriblemente solo.
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